Harto de que cada noche le robaran los frutos de su huerto, Mauricio decide hacer guardia para pescar al ladrón in fraganti. Efectivamente, a medianoche, un pillo se sube al cerezo y empieza su hurto. Mauricio, sigilosamente, se sitúa debajo del árbol y alzando la mano le agarra fuertemente de los cataplines.
– ¡Ladrón! ¡Dime quién eres! ¡Cobarde! ¿Cómo te llamas? Hasta que no me lo digas no te soltaré. Repito: ¿Quién eres?
Cuanto más tardaba el ladrón en contestar, más le apretaba el paquete el hortelano.
– ¡Da la cara! ¡Dime de una vez quién eres! Si no te identificas, seguiré apretando…
Al final, con los cataplines del ladrón casi triturados, se produce el desenlace de esta escena:
– De una vez por todas: ¿Quién eres?
– El sor… do… mu… do…
