Una tarde cualquiera, un niño de 7 años oye unos sonidos extraños procedentes de la habitación de su hermana, una joven de 18 años. Mira por la cerradura de la puerta y observa sorprendido a su hermana, desnuda, encima de la cama, como masajeandose y murmurando:
– ¡Quiero un hombre! … ¡Quiero un hombre!
La escena, más que dejarle sorprendido, lo deja atónito pues no acaba de entender cuál era el motivo del ritual que su hermana practicaba. La sorpresa aparece cuando, tres días después, en ausencia de sus padres en la casa se da de bruces con un joven que salía de la habitación de su hermana.
En aquel momento entendió lo que había ocurrido tres días atrás y quiso aprovechar la situación para su propio beneficio. Corriendo, volvió a su habitación, se cerró con llave, se quitó la ropa, saltó encima de la cama e intentando imitar los movimientos que su hermana realizó; empezó a recitar:
– ¡Quiero una bicicleta! … ¡Quiero una bicicleta!
